junio 29, 2006

 

Ese amigo independiente.


Los humanos somos prácticamente los únicos mamíferos a los que la naturaleza ha dotado de un aparato sexual con mecanismo eréctil totalmente vascular; sin ningún tipo de apoyo, ni óseo ni cartilaginoso. Esta broma evolutiva no parece tener fundamento conocido, pero ha entregado a los machos de nuestra especie un regalo envenenado: el individuo independiente que nos cuelga entre las piernas.
Las veleidades autonomistas de este inseparable amigo ponen, a muchos hombres, en situaciones comprometidas. Es enemigo de las imposiciones. Y se rebela más cuando más intentamos controlarlo. Sólo responde a las órdenes del sistema nervioso autónomo, que, como su propio nombre indica, no suele obedecer a la voluntad de su dueño. Por eso existimos muchos candidatos a los que nuestro pene podría no responder adecuadamente. Las razones, variadas. Alteraciones vasculares, neurológicas, endocrinas o de otro tipo que suelen llevar aparejados factores de riesgo –como diabetes, hipertensión, el alcohol, el cigarrillo, drogas varias…- y necesitan un tratamiento especifico para cada caso.
Con alteraciones o sin ellas, lo que definitivamente deja fuera de combate al habitante díscolo de la entrepierna varonil es la excesiva obsesión por el control. Cuando se siente demasiado urgido a cumplir el papel, que se espera de él, se rebela y da la espalda a su dueño. Entonces, el portador se asusta, se siente fracasado y aumenta su presión y su control, empeorando la situación y cerrando el círculo vicioso de fracaso, miedo al fracaso y vuelta a fracasar. La atención fijada en la propia erección, con la preocupación expectante por ver si ocurre o no, elimina los estímulos que la hacen posible. Y todos sabemos cuáles son esos estímulos; eróticos, pasionales, sensuales; en definitiva, sexuales. Esperar con ansiedad a que el pene responda se parece mucho más a lo que sentimos al defender una tesis de grado o cuando estamos por presentar algún examen final.
Todo este proceso de desencuentro entre el miembro y su dueño está presente casi siempre que se produce una disfunción eréctil. Comprender a nuestro peculiar compañero es fundamental para que las cosas funcionen o no empeoren más de lo debido, incluso cuando existen otros problemas añadidos. Y comprenderlo es saber que:

1.- Le gusta ir a su aire, no acepta presiones de ningún tipo.
2.- Funciona mejor con lo espontáneo que con lo planificado.
3.- es más sensible a los sentimientos y a las sensaciones que a la razón.

Si tenemos en cuenta todo esto, nos dará más satisfacciones que disgustos; si no obsesionamos por controlarlo, se convertirá en un rebelde de brazos caídos, en toda la extensión de la palabra.
También ocurre que a veces el pene se parece a su dueño en muchas cosas. Cuando se da mucha importancia, tiene tendencia a creérselo. Si se siente el centro de atención, es muy probable que se vuelva déspota, holgazán y caprichoso. Todo un niño malcriado. Le va mejor tener que compartir protagonismo y saber que si no funciona, manos, labios o lengua le sustituirán. Es bueno que sepa que hay cosas para las que no sirven que son tan importantes como la penetración. Entonces despierta de su ensimismamiento para hacerse valer. Ante una disfunción eréctil, -y de ello saben los sexólogos, psicólogos, urólogos y afines-, debemos olvidarnos de él y dejar la penetración en un segundo plano, eso lo aprendemos con el tiempo, lamentablemente. Si lo conseguimos y no existe otro problema añadido, las probabilidades de que vuelva a funcionar son altas. Además, amigos hay vida más allá del coito. El pene erecto no ha de convertirse en la varita mágica de todas las relaciones sexuales. Las hay sin penetración y completamente satisfactorias, en las que las caricias, los abrazos, los besos o los masajes eróticos son los verdaderos protagonistas. Incluso en relaciones homosexuales, la mayoría de la gente piensa que entre nosotros siempre debe haber penetraciones…
Nota importante: Pero no sólo nosotros, dueños del artilugio, podemos someterle a una excesiva presión. También puede hacerlo la pareja cuando se convierte en el termómetro del deseo, el amor o la pasión. Y cuando no funciona, no quiere decir la presencia de un cuerno o una posible infidelidad a la vista. Así aumenta aún más la ansiedad y, como consecuencia, la apatía del pene. Por eso la complicidad de la pareja ayuda a poner las cosas en su sitio. Saben que la abstinencia sexual prolongada no es el remedio adecuado, sino todo lo contrario. Huir nunca es la solución.
Si no…, viagra amigos míos pero primero, y muy importante, la visita al médico, olvidándonos del pudor tonto. Ser sinceros, no con él, si no con nosotros mismos. Es el primer paso.
Otra cosa, el médico puede mandarnos cualquier tipo de terapia, de medicamentos, pero tenemos que tener en cuenta, algo muy importante. Ninguno de ellos aumenta el deseo, sino que facilita la erección con la ayuda, claro está, de la estimulación sexual.



junio 02, 2006

 

"Peccatum tacituritatis" o entre el mito y la realidad


Cuando veo al Papa me acuerdo de las profecías de san Malaquías, ese monje irlandés del siglo XII que vaticinó una lista de 112 papas, desde su época hasta el fin del mundo, con leyendas vagas y herméticas que se suponen que identifican a cada uno de ellos. Benedicto XVI, cuyo lema es “La gloria del olivo”, ocupa el número 111, de manera que sólo quedaría uno. San Malaquías dice, para el último papa, una frase truculenta: “en la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará Pedro el Romano, que cuidará de sus ovejas entre muchas tribulaciones, tras las cuales la ciudad de las siete colinas será destruida y el juez tremendo juzgará al pueblo”. Ya sé que en estos tiempos de terrorismo estamos más dispuestos a creer los mensajes apocalípticos, pero recordemos que el fin del mundo ha sido augurado centenares de veces y aquí estamos.


Lo que más me interesa de las profecías de san Malaquías es la confianza que el monje manifestaba e la continuidad del papado. De hecho, la lista de los papas quizás sea el registro temporal más largo y meticuloso de la humanidad. Desde san Pedro hasta hoy, veinte siglos más tarde, hay contabilizados 265 pontífices. Entre ellos hay, como es natural, tipos excelentes, gente lista y estúpida, ladrones, criminales y locos curiosos, furibundos. Un espejo del devenir del mundo.


Con todo, la historia de los papas está llena de leyendas e imprecisiones históricas, por más que el vaticano, tan amante de las certidumbres a toda costa, opte por minimizarlas. Mi rareza preferida es la fascinante peripecia de la papisa Juana. Las primeras referencias a la papisa son de un monje llamado Scoto, en el siglo XI, pero quien recoge el suceso con más amplitud es Martin Polonus, un dominico del siglo XIII. Se supone que Juana nació en Maguncia en el siglo IX, amaba el saber, pero, al tener prohibidos los estudios por ser mujer, se disfrazó de monje y, junto a otro monje varón, viajó a Atenas, en donde se educó con tanto provecho que acabó convertida en una celebridad por sus conocimientos. Siempre travestida de hombre se fue a Roma y en el año 855 fue elegida papa por unanimidad con el nombre de Juan. Dicen los cronistas que reinó durante dos años, cinco meses y cuatro días, y que lo hizo bien y con prudencia. Pero se quedó embarazada de su monje, y un día de 858, en el transcurso de una solemne procesión por las calles de Roma, la papisa se puso de parto y dio a luz delante del gentío. Me imagino la escena: las vestiduras de seda, el trono sobredorado de terciopelo púrpura, todo el lujo y pompa poderosa del Gran Padre, el Vaticano no suele ser humilde en sus demostración de poder, manchados y traicionados por la sangre humilde y viscosa placenta de una madre.


Enfurecidos por el bochornosos espectáculo, los buenos y piadosos cristianos de la Roma de entonces arrancaron a la papisa de su sitial, la ataron por los pies a la cola de un caballo y la lapidaron hasta la muerte (en realidad no debían de ser tan buenos ni piadosos). Como memento de la infamia de Juana se erigió una estatua en el lugar de los hechos, representaba a una mujer con ropas papales y un niño en los brazos, y se supone que permaneció allí hasta que fue arrojada al Tiber por Pío V (1566-1572)a partir de entonces, y hasta León X (1513), se instituyó un curioso ritual en el nombramiento de los papas, consistente en que, antes de la coronación (¿?), el sumo sacerdote se sentaba en una silla de mármol rojo con el asiento agujereado y el cardenal más joven le palpaba por debajo de la silla los genitales y a continuación gritaba: “Habet!” (Tiene!), a lo cual contestaban los demás prelados con un aliviadísimo: “Deo Gratias!”.


Lo más probable, y no me extrañaría en lo absoluto, es que la historia de la papisa Juana sea una leyenda inventada por la propia Iglesia medieval para contrarrestar el avance y las reivindicaciones de las mujeres, que fueron muy pujantes en los siglos XII y XIII. De ahí esa escena del parto y el castigo de la transgresora, tan emblemática del orden patriarcal, ahora el Vaticano niega cualquier veracidad al asunto (hoy en la lista de los papas esos años están ocupados por Benedicto III, un pontífice oscuro del que se sabe poco), pero en cualquier caso hay evidencias de que la estatua existió (entre otros la vio Martin Lucero en su viaje a Roma en 1503), y probablemente también el ritual de la silla horadada. Sin duda los prelados tenían miedo de que la historia sucediera. Muchas mujeres se travestían en la Edad Media –las pobres no tenían otra alternativa- y cabe la posibilidad de que Juana haya existido, tal vez sin la apoteosis justiciera de la escena final. La verdad, sería formidable.


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