agosto 25, 2006

 

GRACIAS, TODA MI ETERNA GRATITUD.

Menos mal que, además, de las guerras y de las hambrunas, además de criminales y fanáticos, existen también libros en el mundo. Decía Camus que la literatura era la mejor arma que tenemos los humanos para comunicarnos y para luchar contra el horror y el caos. Pienso en sus palabras estos días, mientras sopeso el horror de los últimos acontecimientos del mundo. Y recuerdo a John Clyn, aquel humilde monje irlandés que en 1348, durante la Gran Peste que aniquiló en menos de un año a la mitad de la población europea, vio morir uno tras otro a todos sus hermanos de congregación. Antes de caer él también victima de la enfermedad bubónica, Clyn escribió con todo cuidado el relato de lo sucedido y dejó al final espacio en blanco en su pergamino para que otras manos pudieran continuar su trabajo, “si alguien de la estirpe de Adán sobrevive a esta pestilencia…”. Cuanta esperanza se necesita para hacer algo así en un momento en que parece que el mundo se acaba. Con similar empuje, la pequeña Anna Frank escribía su diario frente otro Apocalipsis provocado por Hitler. Y lo cierto es que, de algún modo, Clyn y Anna vencieron la peste y a los nazis. Cada vez que leemos sus textos o les recordamos, encendemos una vela contra la oscuridad.

Me es inevitable no pensar en Hanan Al Shaykn, Amin Maalouf, Kikhael Nalmy, Ameen Rihani, todos ellos libaneses y, del más famoso de todos ellos, Khalil Gibran. Sobran los motivos y los por qués.

Lectores y escritores (que a su vez también son lectores) formamos una larga cadena a través del tiempo y del espacio, y nos vamos pasando de mano en mano esas pequeñas llamas temblorosas que al final terminan iluminando el mundo. Leer y escribir son actos de reafirmación de la vida. Se trata de un logro colectivo, porque individualmente somos poca cosa.

Recientemente, y de la mano de una colega de la universidad, llegó a mis manos un libro de Clara Obligado, “¿De qué se ríe la Gioconda?”, en su interesante texto encontré algo que me inquietó. Ella escribe que, si leemos un libro a la semana desde los 10 años hasta los 80, al final sólo habremos leído unos 3600. ¡Qué pocos! Así que redoblo el ritmo de mis lecturas, cumpliendo compasión la cuota que me corresponde como eslabón de esta cadena de palabras. Y por otro lado, y a la luz de estas cifras tan exiguas, ¡qué suerte increíble y qué privilegio que haya personas que me leen lo que torpemente escribo en ésta pequeña sala!

A todos y cada uno de Ustedes, muchas gracias!!!

agosto 08, 2006

 

Los delirios militares de Oriente Próximo.


Correr bajo las alarmas.

La paradoja de la actual violencia en Israel, Gaza y Líbano es que la salida para el conflicto palestino-israelí no es difícil de ver. La gran mayoría de los israelíes y los palestinos se muestran partidarios de una solución de dos Estados que básicamente mantengan las fronteras anteriores a 1967. Los principales países árabes, incluso Egipto y Arabia Saudi, comparten dicha opinión. El problema no radica en ver el fin, sino llegar a él, porque minorías poderosas y violentas de ambos bandos se oponen a la solución respaldada por la mayoría. Puede que hasta tres cuartas partes de los israelíes y de los palestinos estén ansiosas de paz y de acuerdo, mientras que una cuarta parte de cada bando –a menudo movida por un celo religioso extremo- desea una victoria total sobre el otro. Los palestinos radicales quieren destruir a Israel, mientras que los israelíes radicales exigen el control de toda Cisjordania. Cuando la paz parece cercana, los extremistas de uno u otro bando provocan un estallido para desbaratarla, y hacen que los moderados parezcan débiles, ingenuos e idealistas.

En un entorno tan letal como éste, los detalles y el simbolismo de un posible acuerdo están abocados a adquirir una importancia enorme. Israelíes y palestinos estuvieron a punto de alcanzar un acuerdo de “tierra a cambio de paz” en el contexto del proceso de paz de Oslo. Ambos respaldaron algo parecido a las fronteras anteriores a 1967, pero el acuerdo no llegó a alcanzarse, y cada parte acusó de intransigencia a la otra en uno u otro punto. Ese acuerdo puede alcanzarse ahora, pero evitando el debate inútil sobre quien ha bloqueado la paz en el pasado. Una idea del teórico Tom Schelling, premio Nobel de Economía, resulta especialmente válida en este contexto. Schelling determinó la importancia práctica allá de establecer un “punto focal” de negociación como forma de que los negociadores a punto de alcanzar un acuerdo avancen. Las fronteras anteriores a 1967, ampliamente reconocidas en numerosas resoluciones de Naciones Unidas, son un punto focal inevitable en el conflicto palestino-israelí. Ambos bandos deberían en principio aceptar las fronteras anteriores a 1967, y después intercambiar pequeños trozos de tierra y definiciones de control (sobre todo en lo tocante a Jerusalén) mediante desvíos ligeros y mutuamente convenientes de las fronteras de 1967.

La tragedia hoy en día es que estamos apartando de este posible acuerdo. Israel está con razón indignado por el secuestro de sus soldados a manos de insurrectos respaldados por Hamás en Gaza y por fuerzas de Hezbolá en el sur de Líbano, pero su respuesta masiva y desproporcionada le hace el juego a los extremistas. Y Estados Unidos tampoco está desempeñando una función estabilizadora. También está favoreciendo las intenciones de los extremistas al luchar contra el terrorismo con medios militares y no políticos. Al igual que en Irak fue una respuesta equivocada a la amenaza de Al Qaeda, la luz verde dada por el gobierno de Bush a los ataques militares de Israel contra Gaza y Líbano no ofrece una solución real. Estados Unidos y otras partes poderosas ajenas al conflicto deberían esta presionando a amos bandos para que acepten la solución del punto focal, en lugar de sentarse de brazos cruzados mientras la violencia se descontrola.

La ideología más poderosa del mundo actual es la autodeterminación. Mientras no haya un Estado palestino y un Irak libre de la ocupación estadounidense, los extremistas islámicos seguirán ganando adeptos. Las represalias militares inflarán aún más sus filas, y mientras no se solucionen los agravios políticos, la expansión de la democracia no cambiará esa ecuación, porque los extremistas ganarán en las urnas. En resumen, debería lucharse contra amenazas terroristas concretas mediante operaciones contraterroristas con blancos precisos, y los moderados deberían debilitar el extremismo con políticas de transigencia y no con los delirios de victoria militar, falsos y peligrosos.

Jeffrey Sachs es profesor de economía y Director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.


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