enero 13, 2006

 

Ese feo botón de rosa.

Creo que uno de los momentos más impresionantes de la poesía simbolista francesa del siglo XIX (Charles Baudelaire, Paul Verlaine) fue sin lugar a dudas, el amor lesbiano. De igual manera sucedió con la pintura impresionista, con su largísima colección de bañistas. Y en la escultura, las ninfas con peplos sutiles y transparentes, desceñidas, mostrando generosamente senos, caderas y piernas, incluso más de la veces, un pliegue del pubis, presentando grupos eróticos sin ningún efebo a kilómetros de distancia.
Un guiño a la escuela de Safo, un lesbianismo púber e inocente de colegialas, además, sin penetración, qué puede ocurrir realmente, en serio, entre las chicas? Total, son travesuras de niñas antes de conocer a un hombre.
Pensamiento dominante en aquella sociedad falocrática y que el matrimonio borraría, sin duda alguna.
A pesar de la moral de la época, de la censura, de algún reclamo de índole judicial (Baudelaire), la sociedad europea culta de la segunda mitad del siglo XIX fue no sólo fue tolerante sino también consentidora de este “estético” lesbianismo juvenil como una exquisitez, como una excentricidad casi oriental.
También existe la duda si realmente ese tema lesbiano en poemas, cuadros y estatuas de “amigas” eran un pretexto para encender al público masculino, al cual se les presenta muchachas erotizadas, pero en una acción que juzga sin ningún tipo de culpa, sin penetración y, sobre todo, sin un verdadero rival.
Todo esto ha venido desde mucho antes: Sade, desde luego; Honoré de Balzac, en “La muchacha de los ojos de oro”, inicia y acaso culmina el tema. Otro ejemplo, está vez en la pintura, Delacroix nos muestra escenas de un harén, con hetairas lánguidas, que algo han de hacer entre ellas para no aburrirse. Todo esto no ocurre sólo en Europa, están “Las bostonianas” de Henry James, y los poemas al amor lésbico de José Juan Tablada y Efrén Rebolledo, ambos mexicanos y orientalistas por cierto.
La mayoría, para no decir todo, de las manifestaciones de arte y casi toda la literatura del siglo XIX nos muestran nuevas libertades sexuales: adulterio, amor libre, amor lesbiano. Aún es muy temprano para que tenga el turno (salvo en algunos resquicios, como el Vautrin de Balzac, en “Esplendores y miserias de las cortesanas”, en alguna escena de Salammbó de Gustave Flaubert, también en ciertos guiños de “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde) a la homosexualidad masculina. Pero están prestas a llegar. El mismo Flaubert escribe en sus cartas la escena -chistosas, monstruosas- que todavía no caben, sin escándalos y sin problemas con los tribunales, en las novelas; Verlaine y Rimbaud, si bien es cierto, componen poemas más pornográficos que eróticos, en páginas secretas, escritas para diversión de un pequeño grupo de iniciados.
Nota aparte merece “Las amigas”, el grupo de hermosos sonetos lesbianos de Verlaine, deslumbra no tanto por su arrojo cuanto su delicadeza, su ternura. No se han escrito, en nuestro siglo, poemas más refinados sobre las chicas que físicamente se aman.
Y me pregunto: Por qué los atributos viriles y el amor homosexual masculino no compartieron tal devoción artística?
Refinamiento, seriedad, delicadeza, ternura. Verlaine mismo escribió una treintena de poemas sobre falos, testículos y hombres que se aman en Parallèlement y Hombres, pero en un tono y estilo completamente diferente, deliberadamente soez, oscuro, sucio. Circulaban profusamente, para causar gracia y risas burlonas, los dibujos de los chicos con enormes falos de Autrey Beardley.
Igual senda siguió el mismo Marcel Proust ofrece delicadas estampas de sus “muchachas en flor” y es casi cruel con el Monsieur de Charlus y de Jupien. En palabras de Edmund Wilson en El castillo de Axel: “Proust no trata de vendernos la homosexualidad haciéndola aparecer atractiva y respetable como por ejemplo Gide, en cambio Proust nos hace sentir la atracción femenina de Albertine y de Odette como hermosa, mientras que, por otro lado, ninguno de sus homosexuales masculinos aparece jamás. Ese tipo de relación nos las presenta en formas terribles, horribles o cómicas”.
Igual en Verlaine.
El gran “bravo!!!” de la homosexualidad masculina del siglo XIX, en literatura, fue casto. Walt Whitman y sus camaradas, también bañándose en los ríos, pero como boy scouts, sin genitales, sin ambigüedades sexuales que ensuciaran esa fraternidad pura. Puro equipos deportivos. Whitman se indignaba, y no se puede tener razón para dudar de su sinceridad, cuando alguien trataba de leer en sus Hojas de hierba “otras cosas”.
Autorrepresión? Gazmoñería? Escrúpulos en esta decisión de expulsar los atributos viriles y a la homosexualidad masculina de los reinos de la belleza artística? Bueno, ante todo, falta de éxito estético –hasta la época de los modelos de calzoncillos Calvin Klein, al menos- de los genitales masculinos. Han escandalizado siempre, de modo que la mayoría de las estatuas antiguas que mostraban fueron mutiladas desde los primeros tiempos del cristianismo. Mencionemos, como un simple ejemplo, a Miguel Ángel y los problemas que tuvo en el Vaticano.
Pero también han disgustado. A diferencia de los sinuosos y hasta musicales perfiles femeninos, el falo y sus bolsas echan a perder los cuadros. Dicen algunos pintores: es sencillamente feo. Encogido es un chiste. Erecto? Es cosa de pornografía. Incluso en la antigüedad grecorromana, los príapos o términos que se usaban como amuletos para atraer la fertilidad agrícola, eran monstruosos y risibles. Escenas idílicas eran las amigas” que se tocaban los senos, pubis, caderas. Falos…, es otra cosa.


Se necesitaba, muchas veces, todo el talento de los pintores y escultores clásicos para mostrar los falos y los testículos (como en las escenas de los guerreros y jugadores olímpicos) sin atraer las carcajadas o el disgusto. A veces los reducen, o los esconden en la mata de vello (así es de discreto, en nuestros días, David Hockney). Los racimos colgantes no caben en las simetrías ni en las áureas proporciones del arte sublime. Hasta el David de Miguel Ángel, qué majestad de las mano, qué humildad del…, ya saben. Lorca y Cernuda pintaban a sus gitanos, muchachos andaluces y jóvenes marinos con los calzones bien puestos.
Las liberadas mujeres artistas y escritoras de nuestra época no han superado el escollo, rara vez logran celebrar la genitalidad masculina. Hablan de la pareja. Celebran, sabias, su experiencia de ser amadas… por tan antiestético instrumento. Se cantan eróticamente a sí mismas y ni modo cantarle a eso. Es paradójico el caso de los strippers. El show concluye justo cuanto se quitan la tanga, y entonces de plano hay que apagar la luz. En cambio las coristas, pueden lucir sus atributos enteros y bien aceitados toda la noche.
A los hombres heterosexuales siempre les ha gustado cierto lesbianismo entre las cortesanas. Una de sus fantasías más íntimas es estar con dos mujeres, una morena y otra rubia. Las películas pornos siempre presentan numeritos de ese tono mientras el macho de turno las mira. Pero contemplar falos ajenos, incluso propio!!! Asunto de risa o de franco disgusto, como ver que alguien defeca. Muy natural, pero no es arte. Incluso disgusta otras partes del cuerpo masculino, que la plástica suele androginizar un poco, depilándolas. Una cosa son caderas y senos jugosos y alabastrinos, y otra nalgas y pechos exiguos y con pelos. Para no hablar de barrigas. Cierta gordura en la mujer siempre ha encontrado sus escultores prehistóricos, sus cultos étnicos, sus Rubéns. Pero, la panza de los hombres, cuándo? Sólo en la comedia, al amparo del compresivo dios Baco. Y las calvas, y las papadas… La poseía sublime sigue siendo monopolio de las Gracias.
Nada, pero absolutamente nada de malo hay en los desnudos femeninos, son pura música. Pero en los masculinos mejor es esconder los genitales, y acentuar el talle juvenil y los músculos atléticos, para que los sustituyan como ideal de prepotencia y servicio eficaz. A veces, como en conocidas fotografías eróticas de principios del siglo XX, se toleran que efebos, pastorcillos, exhiban sus cositas como si no las tuvieran. Nada de tocárselas. Y sin erección, o de plano ya es puro porno.


Incluso en el siglo XX, la mayoría de los relatos de homosexuales varones se han andado por las ramas (E.M. Forster, Cocteau, Julián Green) o han preferido la picaresca sobre el idilio (Genet). Y cuando han intentado el amor sublime, oscurecen la genitalidad. Con esa cosa colgante, cómo hacer arte con eso? Qué se tapen las vergüenzas, por inarmónicas. Y que queden lisos como “amigas”, apenas cierta curva discreta en las mallas de los bailarines, en los calzoncillos de los concursantes del bodybuilding.
Bueno, aquí no mencionamos a los toreros. El macho hispano, ese que se juega la vida frente a un toro, debe demostrar que es muy hombre y lo esgrime sobre su muslo. Por cierto, no hay cosa más marica que un torero vestido de luces.
La conclusión es simple y conocida. En la cultura occidental, y probablemente en todas las culturas, el ideal de belleza es femenino. Se reservan al varón los más prestigiosos ideales de la fuerza y el carácter. Cavafis, García Lorca o Tennessee Williams hacen atractivos a sus galanes no con la pintura de sus atributos sexuales, sino mediante odas a su carácter y a su fuerza. Los hacen intensos personajes dramáticos. La metáfora fálica de Marlon Brando, en Un tranvía llamado deseo, fue su T-shirt sucia y muy mojada de sudor.
Al sexo bello se le suele regatear personalidad, tanto como se celebran sus dones estéticos, las “amigas” y las “bañistas” del simbolismo y del imperialismo esplenden como flores carnales, sin distraerse con tanta psicología. Y que, por favor, no hablen porque se rompe el embeleso estético.
Se puede divagar cuanto se quiera. El hecho conciso es que llevamos tiempo de celebraciones sublimes, exquisitas, armónicas, del amor de las bellas “amigas”, desnudas, con sus exuberantes atributos sexuales plenamente expuestos. Pero los “amigos”, en cambio, saben que su feo sexo da pura risa, lo mismo erecto que encogido. La gran musa de la genitalidad varonil es la cómica. Lo que, bien mirado, por qué considerarlo demérito?


enero 08, 2006

 
A mis amigos, compañeros de ésta pecera.

Sobre todo para ti...








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enero 05, 2006

 

Si el hombre pudiera decir...




Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad
de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería al fin aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso
en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia
mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu,
como leños perdidos que el mar anega o levanta,
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero.

Tú justificas mi existencia.
Si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he
vivido.

LUIS CERNUDA

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