febrero 07, 2006

 

Sobre las etiquetas, marcas, señales y afines.

Quién soy? De donde vengo? A dónde voy? No cabe duda que todos tenemos momentos en los que daríamos lo que fuera por tener una respuesta apropiada a estas preguntas básicas de la condición humana. Sin embargo, a la larga parece mejor no tener una respuesta demasiado definitiva que no nos permita cuestionarnos y crecer en direcciones diferente.

La verdad es que da flojera levantarse cada día y tener que definir si somos o no somos, por eso tomamos el atajo de ponernos una etiqueta y conducirnos más o menos de acuerdo a lo que se supone que indica ésta. La única característica fija de lo humano es que, mientras hay vida, hay cambio y muchas veces en un sentido inesperado.

Las etiquetas pueden servir como atajos que nos pueden ayudar a hacer más manejable la vida. Pero también pueden convertirse en lastres y obstáculos pavorosos, y producirnos una gran infelicidad. Es muy importante no casarse con una etiqueta y ser capaz de revisar críticamente si la que me había puesto me está ayudando realmente, o si me perjudica más.

Mi identidad personal tiene muchas capas, como una cebolla. Cada capa se forma por una etiqueta que me da identidad: mi cuerpo, mi nombre, mi familia, mi clase social, mi nacionalidad, mi idioma, mi credo religioso (cuando se tiene), mi ideología política, mi localidad, mis hobbies, mi profesión, mis amistades, mi orientación sexual, mi música, mi grupo étnico y un largo etcétera. Y como buena cebolla, si quitas todas las capas, no queda nada abajo…

Cada etiqueta me permite identificarme con algunos y diferenciarme de otros. Algunas etiquetas son valoradas positivamente, mientras otras son señaladas y rechazadas. Algunas etiquetas que me coloco me dan orgullo y seguridad personal. Al mismo tiempo, soy capaz de cualquier cosa por evitar lo más posible algunas etiquetas que me hacen sentir vergüenza.

El repertorio de etiquetas de orientación sexual es sumamente limitado. A pesar de que la sexualidad humana es tan rica y compleja, usualmente solo manejamos 3 etiquetas para tratar de describirla (en cuanto a la orientación del deseo sexual): homosexual, heterosexual y bisexual.

Pero llegar a este sencillo trío de etiquetas no fue nada fácil. En tiempo bíblicos sólo existían dos: virtuosos y pecaminosos (puros e impuros). En ese entonces se ignoraba el concepto de la homosexualidad que apenas cumple 137 años. Si un hombre penetraba sexualmente a otro como él (la Biblia no prohíbe el sexo entre mujeres), no se distinguía si había sido por mutuo consentimiento o a la fuerza, no les cabía en la cabeza que podía haber sido un acto amoroso, simplemente se prohibía. Consideraban que estos hombres carecían de una verdadera necesidad interior de hacer esto, como si solamente desearan ofender al señor por pura y temeraria frivolidad.


Desde fines del siglo XIX entraron “provenientes del vocabulario psiquiátrico” dos conceptos nuevos y complementarios: Homosexualidad y Heterosexualidad. La palabra “homosexualidad fue creada en 1869 por kart Maria Kerbeny en un panfleto anónimo apoyando la revocación de las leyes contra la sodomía en Prusia. Lego fue incluida en Psychopathia Sexualis (1886), en un estudio de Richard von Krafft-Ebing acerca de lo que en esa época se consideraba como desviaciones sexuales.

Antes de esa época la gente simplemente tenía gustos, sentimientos y prácticas eróticas (pecaminosas o virtuosas), pero al acuñar el concepto de la heterosexualidad se creó un nuevo resguardo para esconderse de los fantasmas interiores, de uno mismo. La etiqueta, la identificación, de la heterosexualidad ya no tenía solamente el fundamento de la religión y de las autoridades sociales, sino que ahora era la ciencia la que parecía venir en su apoyo. Yo estoy sano y por eso debo ser heterosexual, se le hacía decir al ciudadano común.

Hasta principios del siglo XX, no faltaban los investigadores que buscaban respuestas a su pregunta: Qué causa que alguna gente se desvíe del bueno, normal y sano camino heterosexual? La sexología científica descriptiva, a mediados del siglo XX dio una explicación final al resonante fracaso de las respuestas que se intentaron a esa pregunta: el problema de investigación estaba mal planteado. La sexología contemporánea considera válido investigar sobre la causa que determinan la orientación sexual humana. Se dieron cuenta de que la ciencia ignoraba todo acerca de la causa de la heterosexualidad, igual que de la homosexualidad. Desde 1973 las autoridades máximas en salud mental borraron definitivamente a la homosexualidad de la lista de enfermedades sexuales.

Y qué decir de la bisexualidad, que antes era inconcebible? Por qué tardaron los investigadores tantos años en percatarse de que una persona atraída sentimental y eróticamente por otras personas, independientemente de su género, no era un indeciso, sino que esa era su orientación?

La mayoría de las personas que aman a los del género diferente al suyo ni se imaginan que existe una palabra que los describe. De hecho, la palabra heterosexual no se usa mucho, e incluso resulta de mal gusto. Qué necesidad hay de etiquetar algo que se espera que todos seamos? Generalmente, las marcas, etiquetas, señales se reservan para quienes son vistos diferentes, defectuosos o raros. Quienes no se sienten especiales generalmente no aceptan otra etiqueta que no sea la palabra normales. Son ‘como hay que ser’ (según quién?). Nadie llega y te presenta con su tía, en una comida familiar: “Te presento a mi tía Martha, es una maravillosa cocinara heterosexual”

Dice Abraham Maslow que hay dos necesidades humanas básicas: seguridad y crecimiento. Todos necesitamos sentirnos seguros y aceptados por los demás, pero si solamente nos dedicamos a pasar desapercibidos en el montón, nunca podríamos crecer humanamente. Crecer es necesario como respirar, pero es frecuentemente un proceso doloroso. Para avanzar en nuestro crecimiento personal debemos encontrar renovadas fuentes de seguridad en nuestro camino.

Asumir algo desagradable de nosotros mismos puede ser difícil, pero a veces puede resultar indispensable hacerlo para crecer. Sucede así con cualquier asunto que nos acerque a etiquetarnos con un letrero valorado negativamente. Particularmente, darse cuenta de que en lo más profundo de nuestra personalidad existe una gran atracción hacia quienes son de nuestro propio género, amenaza todo lo que esperamos “y esperan los demás” de nosotros mismos. Puede ser difícil aceptarnos debido a que ser vistos como integrantes de un colectivo social señalado negativamente (estigmatizado) nos quita privilegios y nos exponen a la ironía, rechazo y, en casos extremos, a situaciones violentas.

Todos fuimos adiestrados socialmente para ser heterosexuales. En la abrumadora mayoría de las situaciones de convivencia social se espera que todos sean heterosexuales (o que al menos intenten aparentarlo o disimular cualquier diferencia). Todas las personas gays, que hoy aceptan positivamente su homosexualidad, tuvieron al principio los mismos prejuicios antihomosexuales que cualquiera, y al tomar la decisión de aceptarse estos prejuicios y creencias arraigadas no desaparecen por encanto, sino van teniendo un cuestionamiento paulatino. Tal vez la mayoría de las personas que aman a los de su mismo género no aceptan positivamente este hecho y viven una vida miserable tratando de ocultar, o reprimir, aquello que consideran su defecto, tara o problema.

Aceptarse positivamente como uno es, esta es la única forma de vivir congruentemente y honestamente, A quién le beneficia que yo me haga el tonto y mire para otro lado, en vez de mirarme a mí mismo y contactar mis necesidades auténticas? Cómo lograr la felicidad si no me conozco ni me acepto profundamente? El hecho de que me acepte bien no quiere decir que tenga que revelar todas las marcas de mi identidad a cualquiera. Recuerda que tienes el derecho humano básico a no incriminarte, a no revelar nada que pueda ser usado en tu contra. No es fácil desarrollar una identidad completa como persona diferente si no me encuentro con quienes son como yo, y conocerme en comparación a ellos.

La revolución copernicana en nuestra vidas, cuando nos damos cuenta de que la heterosexualidad no es el centro del universo, nos permite entender que las personas que aman a los de su mismo género no son heterosexuales defectuosos, si se aceptan a sí mismos son gays sanos o bisexuales sanos, según el caso. En cierta forma, todos debemos ser el centro de nuestro universo personal, es decir, que no existe ningún centro absoluto alrededor del cuál todos debamos girar.

Incluso las personas heterosexuales pueden sacar provecho de esta nueva visión: ya no se trata de que nieguen sus necesidades y sentimientos profundos, nadie de afuera es autoridad para decirme cómo debo sentir y actuar. Colocarse en un lugar sólo porque otros dicen que es el mejor no me garantiza que yo logre mi mayor felicidad ahí. Atrevernos a vivir sin refugiarnos en el borreguismo de los grupos, y sin ocultarnos tras identificaciones de rigor, nos permite ser más nosotros mismos, explorar nuevas maneras más satisfactorias de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo, si intermediarios indeseados ajenos.

Decía el escritor André Gide que es mejor que te odien por lo que eres a que te amen por lo que no eres. En un momento de la vida de quienes somos diferentes necesitamos acercarnos a otro centro alternativo del universo, parte del aprendizaje de nuestra nueva identidad pasa por ubicar un centro del universo diferente al trillado. Hay que aprender a liberarnos de la carga negativa que las creencias tradicionales ponían sobre la homosexualidad. En esta fase hasta buscamos justificaciones a nuestra manera de ser: Alejandro Magno y Leonardo Da Vinci eran homosexuales. Si lo fueron realmente, esto no nos hace ni más, ni menos, humanos y merecedores de todos los derechos.

Finalmente, cuando uno logra integrar su diferencia como una parte de la identidad madura y completa, cuando uno logra ubicar su lugar en el universo sin buscar centros ajenos, podemos dar un paso más allá de la aceptación de nuestras diferencias y de su defensa. Cuando ya no necesitamos defendernos, cuando ya nos sentimos amenazados, y somos como queremos ser, la heterosexualidad, homosexualidad o bisexualidad propias dejan de ser importantes para ubicarnos como seres humanos.

Entre más capaces somos de vernos, sentirnos y ubicarnos más allá de las etiquetas, marcas, señales, más cerca estamos de nuestra libertad y felicidad.

Nota: Definitivamente mi verdugo es el tiempo!!!

Me gustaría escribirles más posts, pero mi nueva pareja y nuestra nueva casa, la empresa, preparar las clases en la universidad, los viajes –por la empresa- y las cotidianidades me quitan mucho tiempo.

De vez en cuando visito sus blog y ni siquiera tengo tiempo de comentarles. En los últimos meses mi vida se ha convertido en un mar de cables, ir de un lado al otro de la ciudad (ya saben cómo puede ser Caracas, su tráfico y ya no hay metro que valga), eso sin contar con lo del viaducto.

Espero solucionarlo pronto y compartir un poco más de mi mundo.

En cualquier caso, gracias por entrar a este TU rincón y leerme.


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